domingo, 21 de abril de 2013

Emilio Lledó

El silencio de la escritura






La escritura es un diálogo entre el pasado y el presente, entre la memoria acumulada de la historia colectiva y de la historia individual. También es  un diálogo entre dos maneras de pensar, cada una determinada por las circunstancias personales y sociales entre el que lee y el que escribe. Es una reflexión tranquila y segura frente a la borágine de la inmediatez de la comunicación en estos días. Todo conocimiento, según Kant, proviene de la experiencia pero no es algo pasivo sino que el sujeto interpreta esas experiencias y lo transforma en un conocimiento desde su propia subjetividad, el cual queda plasmado en el texto. A su vez, el que lee ese texto debe comprender el sentido del autor.
El tiempo del lenguaje es un tiempo vivo. La escritura es un medio para conservar la sabiduría pero lleva como contrapartida que acomoda a la memoria inmediata a depender de lo escrito. La escritura libera al logos de la voz, pues la escritura sobrevive a la voz y aunque Lledó no lo diga pero sería como el eco de ésta. La hermenéutica trata de acompañar la muda soledad de la letra y despertar el sentido oculto, saber preguntar a la escritura. El pensamiento es temporal porque tiene que dialogar con su propia historia. Es a través de la escritura donde perviven las voces, de otra manera y en palabras literales del autor "el efímero tiempo de los latidos se habría agotado en la insalvable soledad de cada presente".

Los planteamientos filosóficos se convierten en historia pero siempre podemos volver a un tiempo determinado gracias a las voces escritas y eso es porque aunque con diferentes enfoques de los planteamientos filosóficos, la razón humana no puede acabar de dar una solución absoluta pero eso garantiza la posibilidad del logos a lo largo del tiempo. El texto escrito al perder la inmediatez del lenguaje hablado, sin embargo gana en 'mediaciones' y que la hermenéutica se encarga de interpretar. Un texto dice lo que dice, pero detrás se esconde algo más que hay que interpretar, algo implícito. La hermenéutica apuesta por la comprensión frente al concepto de explicación. La obra escrita como experiencia filosófica queda circunscrita en la tradición filosófica de ese momento. El escrito se escribe para el lector del futuro y es desde ese presente en que se determina el futuro o presente del lector en un sentido hermenéutico. Una cosa es entender lo que el texto dice pero también "entender sus sentidos, lo que el texto quiere decir desde lo que el texto dice". No se puede entender mejor el sentido de una obra que la que hace su autor porque el sentido lo da él a través de una serie de causas, que aunque pudieran ser equivocadas responden a un momento de su creación. Esto contradice la teoría de la interpretación que quieren entender un texto mejor que su autor.

La experiencia filosófica comienza en el texto pero el fin de esa experiencia es el lector. Acaba en esa asimilación del lector, en la tensión de hacer nuestro el texto. La objetivación del 'en sí' del lenguaje filosófico está en tensión porque el mundo en que este se inscribe es un mundo humano y elaborado sobre su lenguaje. Es la tensión entre la racionalidad y el universo histórico en el que aparece tal racionalidad. Esto creará el problema del saber y de las condiciones de posibilidad del análisis de la filosofía en su historia. Con la escritura aparece la memoria colectiva y la Historia. Mucho más allá de la comunicación oral que se pierde con el orador y que está determinada en un espacio y tiempo concretos. En el escrito se refleja la presencia de una ausencia, de la ausencia del autor. El universo pre-lingüístico es el que determina el discurso pero del cual no queda rastro en el escrito. Para algunos autores como Barthes o Foucault todo está en el texto y por lo tanto nada queda fuera de él. En contra de estos, aunque el texto sea la única posibilidad de experiencia, sin embargo su realidad como texto sólo tiene sentido cuando el lector proyecta sobre él su presente. El comprender mejor viene siempre determinado desde un lector que no es móvil sino que es un lector situado desde un punto de vista histórico, desde una comunidad y por lo tanto dialoga desde sus propias circunstancias particulares con el texto. De la misma manera, tampoco podemos desvincular al texto de su autor ni de su tiempo (textualismo). Sin la presencia del lector la escritura nunca saldría de su silencio. Las palabras, desgarradas de su autor, sólo se hacen pensamiento en aquél que posa su mirada sobre ellas. Una vez escrita la obra ésta se independiza y saber sobre su autor sólo sirve a la historiografía y para buscar posibles contextos o relacionarlo con otros escritos.



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