sábado, 23 de marzo de 2013

San Agustín y La ciudad de Dios

Introducción



En La ciudad de Dios, San Agustín nos lleva a una radicalización al separar la religión politeista y de los ritos de la religión monoteista que es el cristianismo. Para él es algo obvio que el cristianismo es la única religión verdadera y comparará con varios autores gentiles como Varrón o Virgilio sus pensamientos y comparará con estos entre sus creencias de ritos y  de representaciones escénicas, de unos dioses que representan los peores vicios de los hombres frente a la creencia de un único Dios y de Jesucristo como dios encarnado y portador de virtudes.


Contexto histórico



Esta obra se escribe entre el 412 y el 426 d.C, durante la vejez de Sant Agustín, y en un momento en la Historia en que el imperio romano se encuentra en crisis y decadencia que entre varios motivos destacan las invasiones bárbaras. Unos de estos pueblos fueron un pueblo germánico, los visigodos, atacaron el 410 la Ciudad Eterna de roma y la saquearon durante 3 dias.  Esto provocó un duro golpe para el pueblo romano, pues se creía Roma que era inexpugnable. A cambio de tierras y paz dejaron los visigodos Italia y se instalaron en la Galia. Hubieron otros motivos que influyeron en el final del Imperio romano de Occidente como la decadencia de la vida urbana, el aumento de la burocracia estatal, la crisis económica, la debilidad de los sucesivos emperadores, o la creciente presencia de elementos germanos en el ejército.



Los diez primeros libros



En el libro primero de La ciudad de Dios San Agustín nos habla sobre lo absurdo y lo poco provechoso que fue tanto para los griegos como para lo troyanos el creer en una serie de dioses cuando estos no les fueron propicios, más bien parecían competir entre ellos. También habla de cómo en la invasión de Roma por los visigodos estos tuvieron una suerte de compasión con los vencidos que venía de su creencia cristiana, compasión la cual nunca tuvo el ejercito romano en las conquistas que ellos hicieron. También habla, entre otras cosas, sobre la fijación en cosas temporales las cuales no tienen importancia pues lo importante es la vida eterna después de la muerte y de como el aumento de los vicios en la cultura romana llevó a la extinción de esta.

En el libro segundo trata sobre la adoración de los dioses y de que nunca se sacó ningún decreto de virtud, más bien torpezas y deshonestidades sacadas de las representaciones hechas a partir de los hechos de estos dioses que los poetas nos cuentan. Estos hechos representan en muchos casos los peores vicios a los que una persona puede aspirar (rapto, violación, asesinato, etc) y que son los que cometen los dioses a los que se adoran. San Agustín introduce una distinción en que denomina a los dioses como demonios o espíritus malignos. No piensa que no existieran, sino que piensa que estos no eran dioses sino unos demonios o espíritus malignos más poderosos que un humano y que se aprovechaban de estos para ganar sus favores y sus reverencias. Insiste en que no depende de los demonios el que vayan las cosas bien o vayan mal sino que sólo depende de Dios. Por otro lado, de la creencia en estos demonios solo pueden resultar vicios por ser espíritus malignos que no quieren el bien de los hombres sino el suyo propio y que envilecen el ánimo humano.

En el libro tercero siguen con el planteamiento anterior y pone en duda que muchas de las historias que nos cuentan los mitos tengan alguna verdad pues nos cuentan las venganzas de los dioses por las malas acciones causadas como por ejemplo en el adulterio de Paris, cuando los mismos dioses se encuentran todo el tiempo en este tipo de situaciones. También duda sobre hasta que punto tuvieron los dioses una participación en la destrucción de Troya y hasta qué punto protegieron a unos y otros dado los resultados.

El cuarto libro trata de enumerar la multitud de dioses que hay, tanto los de primer orden como los dioses de menor rango y de cómo algunos dicen que todos estos dioses representan características de un mismo dios que es Jupiter. De aquí pasa a comentar sobre las diferentes opiniones que han habido como que Dios era el ánima del mundo y el mundo el cuerpo de Dios. También comenta como los romanos para cada cosa o movimiento tenían su dios y aunque Júpiter tenía la máxima potestad, tenían dioses como la Victoria o la Fortuna que parecían más decisivas que este. Con todo lo cual, mejor les hubiera ido si hubieran creido que todos esos movimientos o características debían de provenir de un mismo dios.

El libro quinto nos introduce varios conceptos nuevos, como que la suerte de los hombres no depende de la posición de los astros sino más bien de la voluntad de Dios y  el libre albedrío del hombre en contra del determinismo de algunos filósofos. Aunque Dios sepa de antemano todo lo que ha de suceder, eso no quita vigencia al libre albedrío humano, condición 'sine qua non' que Dios nos ha dado para poder llegar de manera voluntaria hacia él.

Del libro sexto cabe destacar la diferencia que hace Varron de los tres tipos de teología, la fabulosa, natural y civil. De la primera y tercera Sant Agustín las critica porque están llenas de perversidades pues la fabulosa es la que cuentan los poetas y la que se interpreta en los escenarios sobre los hechos de los dioses, sobre sus vicios y acciones poco honrosas, y la religión civil es la que se apoya en la fabulosa y se practica mediante la adoración a los dioses en los templos, honrándoles con una serie de sacrificios que en muchas ocasiones incluyen el sacrificio de animales o seres humanos y que San Agustín critica.

En el libro séptimo se dedica a hacer un examen exhaustivo de los dioses, de sus oficios y de la dsitinción entre los dioses de orden superior y los dioses de orden inferior. En este puntos se burla bastante de ellos y de los oficios que tienen asignados o que los gentiles creen que tienen asignados y vuelve sobre el punto de porqué es necesario el tributar culto a tantos dioses cuando parece más razonable tributar a un solo dios que abarque todo. Acaba el libro haciendo un breve repaso donde explica que en contra del error de creer en diversos dioses desde la cración de la tierra se enviaron una serie de ángeles para dar noticia de la vida eterna. Después, este mensaje fue transmitido por el pueblo hebreo, y finalmente a través de Cristo como Dios encarnado. Dirá que solo a través de la religión cristiana se puede salir del engaño de los espíritus malignos que asocia a los dioses.

En el libreo ocatvo tratará sobre la religión natural que es la que asocia a los filósofos. Hará  un repaso de los filósofos, pasando por algunos presocráticos como Tales, su discípulo Anaxímenes, de este su discípulo Axaxágoras, de Arquelao como discípulos de este, y de este a Sócrates y después a Platón. De estos, con los que se siente mas afín es con los platónicos, pues también propusieron que Dios es causa de la humana subsistencia y que el hombre debe dirigir sus pensamientos para con este, dejando de lado las cosas temporales. Para San Agustín la filosofía de Platón se dirige hacia la virtud y la virtud mayor viene de la contemplación de Dios y respecto de esto es la filosofía platónica la que más se acerca a la fe católica. No obstante esto también hay puntos en los que les criticará como el hecho de que creyendo en la existencia de un solo dios debían adorarse varios dioses  y que los dioses, si realmente eran dioses, no podían ser sino buenos y amigos de las virtudes. Otro punto que tratará en este libro son las tres clases de almas racionales que hay; las de los seres terrenales, la de los demonios que son aereos y la de los ángeles que son celestiales. De los hombres se dice que son mortales pero con acceso a vicios y virtudes. De los demonios se dirá que son eternos pero presos de las pasiones de los hombres. Y de los ángeles que son eternos pero no son presa de las pasiones y por tanto se encuentran más cerca de Dios. También pone en duda el que se diga que si a través de los demonios se pueden enviar mensajes a los ángeles pues estos no se relacionan directamente con los hombres, pero San Agustín dirá que los demonios son espiritus engañadores y que por lo tanto ni tienen ninguna intención de ayudarnos, más bien lo contrario, deseando engañarnos para que les honremos a ellos y desviarnos de la auténtica creencia que es Dios. También comenta que al único que se debe adorar es a Dios y no a los ángeles, pues así como estos adoran a Dios así también nosotros.

Del libro noveno cabe destacar lo que comenta sobre las pasiones y de como los diferentes filósofos han tratado sobre éstas y como incluso los sabios son afectados por estas pasiones pero mejor que ningún otro saben manejarlas. Sobre estas pasiones dirá que no llevan al alma cristiana hacia el vicio sino que serán una motivación para ejercer la virtud. Seguirá hablando sobre el tema de la distinción de lo hombres, demonios y ángeles referido a lo que dice Apuleyo sobre este tema y pone en duda la ayuda que prestan los demonios a los hombres para contactar con los ángeles o dioses celestiales. Acaba diciendo que la única manera de contactar entre Dios y los hombres es a través de Jesús.

En el décimo libro trata de la verdadera bienaventuranza y de como ésta solo es posible a través de un solo Dios al cual tuvo acceso Plotino, el último de la filosofía antigua, en su acceso a Dios o como el lo llamaba el Uno. Critica, sin embargo, a los neoplatónicos que se desviaron en su adoración hacia los ángeles en vez de adorar a Dios. Critica tambień como a través de la teurgia se promete la purificación del alma y contestará que la única purificación posible es a través de Jesús, del verbo que se hizo carne para purificarnos y sanarnos a través de su sacrificio y su posterior resurrección. Acabará el libro criticando a Porfirio, discípulo de Plotino, que no llegara al conocimiento verdadero que es Jesucristo y anduviera vacilando entre el conocimiento verdadero y la creencia de la purificación del alma mediante la teurgia o ritos magico-religiosos para conseguir el favor de ángeles o dioses para conseguir sus favores. Por último, criticará el que los neoplatónicos debido a la soberbia de sus conocimientos no hayan aceptado la enseñanza de Jesús pues este vino con humildad, y aunque en muchos aspectos los neoplatónicos coincidieron con el concepto del Dios único, sin embargo no aceptaron que la verdadera enseñanza y conocimiento viniera de Cristo.

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